Antonio López:

"Hoy he cogido tres veces el metro"

A sus 80 años, el manchego es uno de los artistas españoles vivos más cotizados. Liberado del cuadro de la Familia Real en el que trabajó 20 años, no piensa en retirarse. Sigue pintando a Madrid y trabaja en sendas vistas de Bilbao y Sevilla.

Si no supiéramos quién es la eminencia que nos abre la puerta, bien podríamos confundirle con uno de esos abuelillos amenazados por desahucio. "Pasa, pasa, ya hemos terminado con las fotos", invita sin mucha ceremonia. Antonio López (Tomelloso, Ciudad Real, 6 de enero de 1936) nos ha citado a las seis de la tarde en su pequeño estudio madrileño, un piso bajo a espaldas de la Plaza de Castilla. Luce barba blanca de tres días y tiene andares de labriego. Vestido con una camisa granate y un pantalón beis de pana, arrastra sus raídas zapatillas mientras Cascabel, su gatazo de pelo anaranjado, se le enreda entre las piernas. Al fondo está la sala donde pinta y esculpe; a mano derecha, la destartalada cocina donde haremos la entrevista. El pintor manchego, uno de los artistas españoles vivos más cotizados -en 2008 su cuadro Madrid desde Torres Blancas fue adjudicado en 1,74 millones de euros- no desentona en este austero refugio. Deslumbrado por la magia de su pincel, su amigo Miguel Delibes dejó escritas estas palabras que aún siguen vigentes: "¿Qué admirar más en Antonio? ¿Su persona o su obra? Su bondad, la modestia machadiana de su aliño indumentario, su humildad creadora, su absorbente profesionalidad, el afán de apartarse, de desplazar sobre otros su valía". Por descontado, el pintor también admiraba al autor de Los santos inocentes.

Le he traído un bote de miel para endulzar la entrevista, sin sospechar que Antonio López la toma habitualmente en sus sanísimos desayunos: un muesli que él mismo se prepara a base de salvado de avena, dátiles, almendras y agua de limón. "Es perfecto para el tránsito intestinal", comenta. Agradece el presente como un hombre de pueblo y lo deja junto a un recorte de prensa con una foto amarillenta de Elena de Borbón. "De momento no volvería sobre La familia de Juan Carlos I, pero a lo mejor dentro de cinco años, si me dejan, vuelvo. Je, je, je", dice socarrón sobre el cuadro que tardó 20 años en concluir. La cocina es un santuario de fotografías, moldes y fotocopias de cuadros que ha ido colocando para sentirse bien acompañado: una foto ampliada donde aparece con Mari, su mujer, en la Villa de los Misterios de Pompeya, recuerdo de su viaje de novios; copias de esculturas griegas y dibujos de Leonardo da Vinci; la Venus del espejo, de Velázquez, la Muerte de Adán, de Piero della Francesca; un desnudo de Ribera; las cabezas de sus nietos que adornan la puerta de la estación de Atocha...

Hijo de campesinos con posibles que dejó su Tomelloso natal para estudiar Bellas Artes en Madrid, su talento fue reconocido desde el principio. Premios como el Príncipe de Asturias 1985, el Velázquez de las Artes Plásticas 2006 y el Penagos de Dibujo jalonan la carrera de este maestro de la figuración que a sus 80 años sigue inspirándose en lo que le rodea: su familia, un lavabo, Madrid... En su cabeza aún tiene muchos cuadros sin empezar. Él marca su propio tiempo.